Eres sueño …

Lanzas tu pregunta al aire, en mi mente aparece esa palabra, Sueño…

Nadie llega a nuestra vida por accidente, segura estoy qué siempre hay un propósito

Y al cruzarse nuestros caminos te quedaste impregnado para siempre en mi… etéreo

Te convertiste en sueño, color, ansias y sonrisa,

Deseo, remanso, motivo e inquietud…

El aire que me besa, fuego, lluvia que me moja… el tatuaje que llevo en la piel del alma… presencia constante en mi mente…

Encendiste la luz que estaba apagada, me enseñaste a soñar, a volar, a sentirte en el aire, a suspirar por verte, a compartir la vida, a sonreír…

A veces fuiste también ausencia, tristeza, espera e incertidumbre, lágrima, silencio, intermitencia y desazón …

Pero más que todo eres mi cómplice, permanencia inmutable, marca indeleble, huella imborrable…

la Luna sonríe al mirarte …

Æ’19

Mi viejito de la calle

Cada día, al salir del trabajo, me encamino hacia mi casa por las mismas calles. Este ritual diario hizo que me comenzara a fijar en un viejito sentado a la puerta de su casa, con la mirada perdida y la cabeza ligeramente agachada, su piel ceniza y arrugada, inmóvil, ausente, como cargando los años, un tanto desaliñado, delgado y sólo, sin expresión en su cara…Su imagen se coló en mi mente y desde entonces le comencé a pensar, “mi viejito de la calle” así lo empecé a llamar.
Su postura y actitud me hicieron forjar una historia entera de su vida, su camino, su experiencia, su familia y su soledad.
Un día decidí tocar el claxon de mi auto al pasar. Solamente eso. Casi sin voltearlo a ver para no provocarle ansiedad. Durante un tiempo así lo hice cada día al pasar, hasta que pude observar que levantaba su cabeza al escuchar mi claxon sonar. Lo sentí como un logro personal, al menos había llamado su atención , entonces pensé que era momento de acercarme un poco más. Al sonido de mi claxon añadí un saludo con mis manos y una inmensa sonrisa, el volteaba sin cambiar su expresión y volvía a su posición al dejarlo yo atrás.
Algo más tenía que hacer para cambiar su mirada… Se convirtió en un reto a vencer. Al claxon y saludo de mi mano agregué un ligero grito: ¡abuelo!, siempre sonriéndole como queriendo contagiarle un poco de alegría al pasar.
Pasaron los días… Repitiendo diariamente este pequeño ritual. Cual fue siendo mi sorpresa que de pronto una tarde al llegar, me esperaba con la cabeza erguida y esbozando una sonrisa, mi saludo respondió. ¿Que será? Cursilería o tan sólo una alegría que sentí en el corazón.
Desde entonces cada día, casi en punto de las tres, ya me espera, su sonrisa, su saludo y su vejez…
He pensado que muy pronto mi auto voy a detener. Me acercaré hasta su silla, estrecharé su mano y platicaré con el. Me interesa ya su historia quiero dejarle saber que “mi viejito de la calle” le da alegría al camino que diariamente tengo que recorrer.

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